EL BARCO DE LA MUERTE. Juan Antonio Zunzunegui




Tras El Chiplichandle, esta novela constituye el segundo ejemplar que publicamos de lo que hemos llamado trilogía portugaluja y que se completará en el futuro con La úlcera, otra novela de humor, Premio Nacional de Literatura en 1948, con la que se completa la visión social del Portugalete de los primeros años del siglo XX:

INDICE GENERAL

 

Introducción

FOGONAZOS INICIALES

1918 La muerte de don Lucas, el hombre más rico del pueblo. Las distintas clases de entierros. Esquela de plana entera en los periódicos y conducción a hombros desde el Muelle hasta el cementerio.
Visita a las redacciones de los distintos periódicos de Bilbao. El negocio de las esquelas y las necrologías. Un redactor especial: “el enterrador”.

PRIMERA ACCIÓN
Vida de Martínez, Alfredo, nacido allá por 1857. Primeros años en la chabola del alto de San Roque. Vida y juegos escolares: La escuela del Campo tras los párvulos en el Cristo.
Los compañeros de la escuela del Campo: Colás, Roque, Rufo.... Boni, el campanero, el órgano de la iglesia y el toque de campanas, que regula la vida religiosa del pueblo 
Aprendiz en la carpintería de Blas en el Cristo.
Con Boni, que vivía al final del muelle Viejo, cazando jilgueros con liga, camino de San Salvador del Valle. Los barcos a vapor a Bilbao.
La pequeña caja de regalo para su madre. La peluquería de Aniceto en el muelle Viejo, y la amistad con su hijo Rafa a quien regala un cuadro con una estampa de la Ilustración.
Alfredo, que ya sacude las campanas sin equivocarse, viaja a Bilbao en el Luchanita con Boni, que va a comprar una pareja de canarios, y como tantos portugalujos, cuenta sus historias de navegación.
1873. Proclama de D. Carlos y partidas en armas. Una compañía se acuartela en la iglesia. Los carlistas queman la chabola de Alfredo y empiezan los ataques. Se fortifica el pueblo y la torre de la iglesia.
Setiembre de 1873. El sitio de la Villa. La torre de la iglesia desmantelada. Situación insostenible en enero de 1874. El recuerdo de la muerte de Lope García de Salazar. Rendición y entrada de los carlistas. Tras la liberación de Bilbao, los carlistas se retiran del pueblo, que vuelve a estar tranquilo.
De nuevo en el taller de Blas. Incidentes con los retratos de don Carlos y Zumalacárregui.
Lola, en estado, desaparece del pueblo, con un señorito golfo, hijo de Apaolaza el chatarrero. La torre sin campanas. Viaje a Bilbao e historia del herborista de los canarios.
Fiestas de San Pedro, con vaquillas emboladas en la plaza, llena de gentío. El Minero y la cogida de el Mesié. A la madre de Alfredo le dan una portería en el Muelle Nuevo.
En el hospital con hemoptisis. La idea de ir a navegar para ser en la vida «persona de respeto». Embarque de carpintero en una fragata inglesa que hacía la carrera de Filipinas.

SEGUNDA ACCIÓN
Año 1900. Regreso al pueblo. Algeciras, el carabinero, Manolo, el ciego y don Roberto, el médico, amigos de tertulia en el Café de La Marina y un tipo magnífico: Roque Plasta. Al morirse Aniceto, el funerario de la calle de Enmedio, Martínez compra el negocio..
Celebrando en La Marina la adquisición de la funeraria, recibe el aviso de su primer cliente: Una mujer joven que vivía en El Cristo. La calle de Enmedio y su vida comercial: Celso, el viejo marino e Ignacio, el relojero.
D. Rufino, “el puntillero”, el médico más desprestigiado del pueblo. Las tres reglas para parecer un buen funerario. Otro personaje popular, Luis García, el Obispo. Clases de andaluz a contrabandistas para las oposiciones a ingreso en el cuerpo de carabineros.
Paseando frente al Balneario y el muelle de Hierro, le refieren la verdadera historia del Obispo. El subastado de Algecira en La Marina y el viaje de su perro hasta la casa cuartel del muelle. La partida de rana en el chacolí camino de Cabieces.
Martínez corteja a una veinteañera, Eloisa, la chocolatera, hasta que un anónimo le abre los ojos. Relata a Anselmo sus recuerdos por los mares de Australia. El sórdido callejón muerto de los Frailes, testigo de su descalabro amoroso.
Martínez recuerda su vida y sus años de navegación. El negocio de perfumería en Río y su despilfarro por una mujer. En Buenos Aires, de peón y vendiendo juguetes, en Venezuela por un asunto de petróleo y en Méjico con una carpintería, que tras su incendio le hace regresar con el dinero del seguro.

TERCERA ACCIÓN
1914. La primera gran guerra. Menudean los entierros y a la gente le entra la vanidad de verse en la letra impresa de las esquelas. Años de esplendor de Martínez, que frecuenta la tertulia de los nuevos ricos en el café del Hotel.
Reencuentro con su hermana: «Dolores en Algorta». Recuerdos de juventud: El piloto mayor y la entrada de la barra, los naufragios y los remolcadores de tambores, el cambio del pueblo en las últimas décadas del siglo XIX.
La taberna de Colás en El Cristo y varios tipos con sus historias populares: Daniel, el del ojo de cristal, con fama de mal bicho,Mostacilla, el ínclito criminalista y Bernardón, el esperantista de 117 kilos.
Filosofando sobre el barco que nos lleva al puerto de la muerte. Sesión poética en esperanto: Dos nuevos personajes, Venancio, alias Las dos menos diez, un loco manso, e Iriondo, el contrabandista y Enrique, el hijo de la Avisadora.
En La Marina con don Roberto y el Obispo. El intento de venta de Salmerón, el perro de Algeciras. En la taberna de Colas, recital literario esperantista a cargo de Bernardón.
Lola se hospeda en el Hotel. Visita al pueblo: la Plaza, Santa María, la Iglesia, el Cristo y por la calle Nueva hasta La Punta y el Puente. Martínez gangrenada el alma por la codicia va cobrando un aire de matarife.
Al borde de la playa, el Obispo cuenta las penas de Manolo, el ciego, y su frustrada boda. Encuentro con Daniel, recogido en el Santo Hospital, padre del indiano del muelle casado con una joven criolla cubana.
La vida diaria sigue su curso en La Marina y entre los comerciantes de la calle de Enmedio. A Martínez le empieza a repugnar su rentable negocio de funerario, que le permite comprar toda la casa de la calle de Enmedio.
La salud de el Obispo, tema de conversación con don Roberto. Don Ramón confirma su agonía. Extremaunción y muerte en su casa de la calle Coscojales, que causa una honda impresión en Martínez.
El pueblo, tras la crisis de la posguerra, sufre una epidemia de tifus. Acusado de envenenar las aguas, un rencor bronco corre de boca en boca contra Martínez, hasta que una muchedumbre enfurecida da fuego a su casa.